El arte realista se configura como un movimiento que intenta plasmar objetivamente la realidad. Se extiende a todos los campos de la creación humana aunque tuvo una importancia especial en la literatura. En el caso concreto de las artes plásticas, el realismo consigue la máxima expresión en Francia, casi exactamente, en la mitad del siglo XIX.
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TÉCNICAS:
- Afrontar la realidad ya que la técnica es más tradicional.
- Se niegan a idealizar las imágenes y el hombre aparece en sus tareas normales. El gusto burgués mira con añoranza las realizaciones más frívolas del arte del Antiguo Régimen y la aparición de las obras de Courbet suponen un provocador revulsivo.
- Los pintores realistas franceses de mediados del siglo XIX compartieron una estética basada en la representación directa de la realidad. La manera cómo se materializaba este principio básico varió desde la crudeza objetiva de Courbet hasta la simplificación gráfica de Daumier, pasando por el filtro idealista de Millet.
- Todos compartían la radicalidad de los temas: ante la trascendencia que concedían al tema romanticismo y academicismo, los realistas entendían que no hay temas banales y que, en consecuencia, cualquier cuestión puede ser objeto de interés pictórico.Este planteamiento tiene una enorme importancia en un momento en el que la pintura está sometida a las reglas de la crítica oficial: los temas, las actitudes, las composiciones y hasta las medidas de los cuadros tienen que ajustarse a estos rígidos criterios. Ante esta situación, los pintores realistas defienden una pintura sin argumento, una captación simple de la realidad, en la cual lo fundamental es la forma en que se representa la imagen, y no su desarrollo narrativo.
- Sólo alude a una cierta actitud del artista frente a la realidad, en la que la plasmación de ésta no tiene que ser necesariamente copia o imitación, aunque sí ajustarse a una cierta verosimilitud.
- Los realistas intentaban plasmar objetivamente la realidad; representar el mundo del momento de una manera verídica, objetiva e imparcial. No podían idealizar.
- La única fuente de inspiración en su arte debía ser la realidad; y no podían admitir ningún tipo de belleza preconcebida. La única belleza válida debía ser la que suministraba la realidad, y ellos, como artistas, debían reproducir esa realidad sin embellecerla. Cada ser u objeto tiene su belleza peculiar, que es la que debían descubrir.
- La característica principal de su estética es la reflexión sobre la realidad, sin idealizar ni la sociedad, ni la naturaleza, ni el pasado, como lo había hecho el romanticismo. Dejaron a un lado los temas sublimes y se centraron en la vida cotidiana. El romanticismo y su idealización de la historia, de la sociedad y sobre todo de la naturaleza, cuyo tratamiento era un motivo de evasión, dio paso al interés por la realidad en sí misma.
- Su técnica pictórica, a pesar de su colorido sobrio, posee un dibujo armonioso, con un justo sentimiento del ritmo, así como una pincelada jugosa y rica. Uno de los pocos que supieron apreciar sus cualidades fue Van Gogh, .
¿Quiénes?
Gustave Courbet (1819-1877) fue el pintor más importante y característico del Realismo. Inconformista en su vida y en su obra, de ideas socialistas participó activamente en la Comuna de París de 1871 , siendo nombrado jefe del Comité de las Artes. Encarcelado y multado cuando cayó la Comuna huyó a Suiza.
Voluntarioso, orgulloso, seguro de sí, Courbet no aceptaba la crítica. Quería ser objetivo, hacer un arte científico, libre de prejuicios. Creía que sólo debía pintar lo que podía experimentar con los sentidos, lo que veía. Por eso su ojo es como el de un fotógrafo. Su pintura no era indiferente a los problemas de la sociedad, sino que era comprometida. Pintó en toda su crudeza la miseria de la condición humana. Sus grandes telas de temas sociales resultaban escandalosas para los burgueses que las consideraban vulgares y feas.
Courbet fue un revolucionario más por los temas que trataba que por sus técnicas. Se inspiraba en los grandes maestros barrocos, especialmente Caravaggio, Zurbarán y Velázquez. Se distingue por su gusto por el claroscuro, por el dominio de los colores negros y pardos, abetunados (sus obras más tardías muestran mayor riqueza de colorido) y por sus anchas pinceladas espesas e irregulares, con ricos y gruesos empastes que aplicaba con la espátula.
Su producción fue enorme y variada. En 1850 expuso en el Salón “Los picapedreros”, la primera obra realista, y “Entierro en Ornans”, que suscitaron una fuerte crítica. La Exposición Universal de 1855 rechazó sus mejores telas y decidió montar un Pabellón privado, cuyo catálogo contenía el Manifiesto del Realismo. Entre las obras que expuso estaba su cuadro más famoso, “El estudio del pintor o Alegoría real “. En esta enorme tela Courbet se autorretrata en el centro, como artista -héroe, pintando un paisaje; junto a él aparece la modelo desnuda – que simboliza la verdad - y un niño - la inocencia -. En la parte derecha coloca a sus amigos que simbolizan diversos aspectos del arte y en la parte izquierda pinta la sociedad, en una serie de tipos (un cazador, una mendiga, un cura, etc.). También pintó varios autorretratos, como “Bonjour, monsieur Courbet”, paisajes, marinas, animales, cuadros de mujeres (“Señoritas al borde del Sena”) y bellos y sensuales desnudos (“El sueño”). Courbet tuvo una gran influencia en los pintores impresionistas, ya que enseñó a apreciar la pintura en sí misma.
Jean-François Mollet (1814-1875) es una de las figuras más discutidas del realismo francés. Su pintura tiene un atractivo indudable que le ha hecho ganar el favor del público. Sin embargo, críticos e historiadores le han acusado de traicionar el verdadero espíritu realista poruq endulza en exceso la vida de los campesinos –su gran tema- para hacerla aceptable al gusto burgués.
Honoré Daumier (1808-1879) es otro de los grandes del arte realista. Era pintor, escultor y caricaturista, y en todas sus facetas se mostraba como un observador agudo de la realidad dispuesto a criticarla con dureza, aunque también con un punto de ternura.
Honoré Daumier (1808-1879) es otro de los grandes del arte realista. Era pintor, escultor y caricaturista, y en todas sus facetas se mostraba como un observador agudo de la realidad dispuesto a criticarla con dureza, aunque también con un punto de ternura.
El taller del pintor, de Courbet, cuadro de 1855 que dio origen a la definición del movimiento.
Las espigadoras, de Millet, 1857.
El vagón de tercera, de Daumier, 1862.
En El vagón de tercera clase, como en gran parte de sus trabajos, el pintor marsellés desarrolla un tema reivindicativo de manera magistral: la dura vida de las clases populares en las grandes ciudades. La dosis de sordidez que Daumier aplica en esta obra a sus personajes genera en el espectador una sensación de ternura que contrasta profundamente con la sofisticación industrial del tren -vehículo que, a la vez, les sirve de escenario social y de fondo-. Realizada entre 1862 y 1864, esta litografía confirma la inclinación del pintor hacia las causas que promueven la igualdad. La naturaleza grotesca en los rasgos de sus personajes, es una característica desarrollada a través de su condición de eximio caricaturista pero también el resultado de su gran admiración por la obra de Goya. Entre los pasajeros del tren podemos observar en primer plano y en el centro, estratégicamente ubicado en la parte inferior de la tela, a un muchacho de clase popular durmiendo. A su izquierda, un hombre con las manos apoyadas sobre su bastón y el sombrero a su lado, medita en un gesto de fatiga que puede significar resignación o indolencia. A la derecha del muchacho, el hombre inflamado de altanería que lleva bombín, con la vista puesta en algo "más alto", parece soportar la situación de homogeneidad que le impone el vagón con histriónica arrogancia. En los asientos de detrás, el resto del pasaje convive sin apenas observarse: un hombre de sombrero de copa mira con entusiasmo el paisaje de fuera, lo mismo que la mujer que se halla frente a él pero sin establecer un diálogo entre ambos. La otra mujer de la escena tampoco parece interesada más que en sus propios pensamientos. Al fondo de la escena, a la derecha, un anciano con los ojos cerrados ha cedido al cansancio. El trazo contundente y dinámico, los contrastes pronunciados y el poder de síntesis de Daumier, dejan claro el porqué de la admiración que más tarde despertó en muchos expresionistas. La obra mide 23 x 33 y pertenece a la colección Oskar Reinhart en Winterthur (Suiza)
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